“¡Súbase, compadre!”, dicen con entusiasmo los bomberos mientras estiran sus manos para permitir entrar al carro. Es un Mercedes del año 78 que utiliza la Tercera Compañía del Cuerpo de Bomberos de Quinta Normal para trasladar voluntarios que combaten los incendios de la capital. Ahora emprendía un viaje más largo.
Son las 12 de la noche y dentro hay 24 bomberos, bien apretados, de distintas edades y profesiones. Todos gente sencilla que se dirige a Constitución a prestar ayuda en los incendios que castigan al centro-sur del país. Su destino es una de las zonas más afectadas, trágicamente conocida por los dos carabineros fallecidos en el sector de Maquehua, como también por Hernán Avilés González, el mártir de Bomberos de Talagante, quien perdió la vida en el sector Santa Olga de Empedrado, muy cerca de Constitución.
A pesar de esas referencias, hay buen ánimo por ir en ayuda y son constantes los chistes y el buen humor. Todos están sentados sobre cajoneras metálicas recubiertas con tablas de madera, que sirven tanto para sentarse como para guardar hachas y otros implementos contra los incendios. Es bastante incómodo: además del exceso de gente, no hay ventanas ni aire acondicionado.
“Acomódese bien, que el viaje es largo”, recomiendan mientras subo a un cerro de bolsos y chaquetas que hay al final del pasillo. Al quedar entremedio de las piernas de los voluntarios, las bromas fueron inevitables.
Camino a Constitución
Las sirenas sonaban constantemente en señal de entusiasmo y las luces de la baliza iluminan todo el barrio. La gente sale a despedirse. Era una grata forma de liberar tensión, porque la Compañía no es especialista en incendios forestales y se dirigen a un terreno desconocido. Además, se alejan de sus familiares y amigos exponiendo algunos sus fuentes laborales, ya que apenas habían avisado que no se presentarían a trabajar en los días siguientes. “Es que hay gente que ha perdido muchas más cosas que un trabajo”, comenta Luis Gaete, voluntario que se desempeña como chofer en una empresa eléctrica. Su familia es del sur y sabe lo que cuesta surgir en el campo. Esa misma noche había avisado que se iba a combatir los incendios.
Llegando a Constitución, cerca de las seis de la mañana, el escenario fue cambiando. Pocos habían dormido, con suerte un par de horas. Afuera, una combinación de humo y neblina obligaba a ponerse mascarillas, dejando la visibilidad al mínimo. El carro se estacionó frente a un aserradero en llamas donde otros compañeros, ya exhaustos, esperaban el relevo. Las bromas cesaron y las facciones cambiaron. Había llegado la hora de ponerse serios.
De a dos en el aserradero
“Chicos, vayan siempre de a dos, no quiero ver a nadie solo”, fueron las instrucciones de César del Pino, capitán de la Compañía. Después de la muerte del compañero de Talagante, todos los cuarteles de bomberos se pusieron más cuidadosos con la seguridad, y la disciplina, que inculcan constantemente, sería más estricta. “¡Sí, capitán!”, responden como si fueran militares.
Bomberos de la Tercera Compañía de Bomberos de Quinta Normal; emprendiendo rumbo a Constitución en la madrugada del viernes 27 de enero.
“Yo lo vi morir”, cuenta Alejandro Ibaceta, voluntario de la Séptima Compañía de Bomberos de Quinta Normal, que había llegado días antes a combatir los incendios en Vichuquén y Santa Olga. Estuvo con Avilés combatiendo el mismo incendio que le quitó la vida. “Fue tremendo, no estaba a más de 30 metros de mí y no pudimos hacer nada”, cuenta cabizbajo. Muchos quedaron afectados psicológicamente.
Por eso mismo, las medidas de seguridad se redoblaron. De a dos –o en números pares- se evita que algún compañero quede peligrosamente rezagado. También era una medida práctica, ya que uno manejaba el pitón –la punta de la manguera- y el otro indicaba dónde atacar con el agua.
Unos apuntaban a los troncos incandescentes y otros mojaban los maderos aún sin consumir. Sale un hedor del vapor que obliga a tener mucho cuidado con las vías respiratorias y los ojos. Los grupos rotaban cada tres horas.
Durante el día habían llegado todas las compañías de Quinta Normal, que viajaban desde la Región del Maule. Eran nueve carros de cuatro compañías, con unos 74 voluntarios, y todos se juntaron a las afueras del aserradero, donde se compartían experiencias, comía o descansaba si se podía.
A las cinco de la tarde, el incendio estaba prácticamente controlado. Llegaron relevos desde la V Región y de Santiago, así que todos se dirigieron en caravana a Constitución. Ahí los esperaban en el cuartel general de los bomberos con almuerzos y camillas para reposar.
Fueron 11 horas de intenso trabajo físico y al fin habría un respiro.
“Uno sabe a lo que vino”
Apenas pasa una hora y se comunica que hay que viajar a la localidad de Llico a combatir otro incendio. A pesar del evidente cansancio en los rostros, todos obedecen sin alegar. “Uno sabe a lo que vino”, comenta Luis Gaete, mientras anima a sus compañeros a subir rápidamente al carro de bomberos.
Fue un trayecto lleno de cuestas, largo y lento, que duró unas cinco horas. Algunos ya estaban mareados y otros trataban de alentar con chistes y bromas, aunque la mayoría quería llegar lo más pronto posible. No habían pasado ni 24 horas desde el inicio del viaje, y estos hombres habían viajado seis horas –a las que ahora se sumaban cinco-, trabajando intensamente durante 11 horas más, y dormido, en promedio, no más de tres horas. Dormir en el pasto o encima de las cajoneras o bolsos no era descansar, así que era normal que los ánimos decayeran.
“Por aquí pasó el Supertanker”, comentó uno de los voluntarios mientras se divisaban las negras colinas de los cerros de Vichuquén. Por todas partes había bosque quemado y el escenario impactó a más de uno. Sin embargo, al sospechar que el incendio estaba controlado, muchos se preguntaban si, con tanto desgaste de recursos y equipo humano, el viaje había valido la pena. “Nos dijeron que acá era el infierno mismo”, afirmaban.
Un tronco caído a la entrada del pequeño pueblo de Aquelarre obligó a detener la caravana. Como ya era de noche, empezaron a usar las cámaras de termoluminiscencia para ver mejor y los rastros de hoyos incandescentes empezaron a generar sospechas. “Parece que fueron excavados con manos y palas”, se dijeron. Fue así como se inició un rastreo y encontraron varios pinos quemados sólo en sus raíces. “Todo esto tiene que ser intencional”, fue el veredicto general.
Es algo normal
Una vez que el incendio fue controlado, todos se fueron a dormir al colegio de la localidad, habilitado como albergue. Como no había suficientes colchonetas, muchos se tendieron en el suelo.
Por la madrugada llegaron los especialistas en incendios forestales desde la V Región. En el desayuno intercambiaron opiniones sobre lo visto en los bosques de Aquelarre. “Es muy normal ver esos hoyos en los incendios de pinos”, comentó Felipe, uno de los voluntarios que llegaron desde Quilpué. Él explicó que las raíces de los pinos van hacia los costados, no al interior de la tierra como el eucaliptus, y se forma un colchón de raíces que, al estar al interior de la tierra, es muy difícil de apagar. Esa es la principal razón de los rebrotes de incendio y de los hoyos, que no son más que pequeños árboles quemados desde sus raíces. Quedó la sensación de que es fácil caer en teorías conspirativas si no se pregunta a los especialistas.
Uno de los voluntarios mueve una de las mangueras que se usó para apagar el incendio del aserradero en Constitución.
Todos los carros se reunieron en las afueras de Llico para esperar órdenes. Habiendo dormido algunas horas, los ánimos se recobraron, y las bromas y el buen humor resurgieron. La televisión llegó para hacer entrevistas y todos levantaron sonrisas con orgullo. Pero con el transcurso del tiempo los voluntarios se empezaron a poner nerviosos porque sentían que desaprovechaban valioso tiempo. Después de un par de horas, se dio la orden: nos vamos a Cauquenes.
Cauquenes
El viaje fue desesperante. Para evitar sobreexigir al carro, se decidió tomar el camino más largo pero más seguro: había que salir a la carretera 5 Sur a la altura de Talca. En el intertanto, los compañeros en Cauquenes mandaban videos a los celulares que mostraban enormes llamas muy cerca de ellos. La ansiedad subió.
Después de seis horas de viaje, se llegó a la localidad de Hualve, a unos 15 kilómetros de Cauquenes. El incendio atacaba un bosque de pinos, pero una serie de retrasos en la coordinación impedía que todos los voluntarios fueran a atacar el fuego. Querían trabajar, querían ayudar, pero no podían.
“Casi morimos”, cuenta Sebastián Erazo, voluntario de la Décima Compañía de Quinta Normal, quien relata que estaban tratando de salvar una casa cuando el fuego se les vino encima. Para evitar morir calcinados, hicieron una cortina de agua con las mangueras que dispusieron alrededor de los camiones. Y fue así como el fuego pasó por encima de ellos, mientras se abrazaban y otros lloraban de nervios. Todos salvaron ilesos y milagrosamente la casa también, aunque sus moradores, un matrimonio de viejos campesinos, perdieron sus huertas.
Recién después de un par de horas se dio la orden de avanzar. Sin embargo, sólo se encontraron con un bosque quemado y los restos de un colegio rural. Apagando brasas y removiendo los escombros, se generó un sentimiento de impotencia por no haber llegado a tiempo.
Se hizo de noche y, cuando ya se retiraban, por las colinas se divisó un incendio de un bosque de espinos que no estaba declarado. Los rostros cambiaron. Disciplinadamente se equiparon, coordinaron las funciones de cada cual y emprendieron camino. Había que trabajar en la oscuridad entremedio de espinos en llamas, no conocían la localidad y tampoco era un terreno de su especialidad, pero, siempre de a dos, no se detuvieron hasta que el incendio fue controlado. Fueron cuatro horas de esforzado trabajo.
En Cauquenes los esperaban en la Comandancia del Cuartel de Bomberos con un contundente almuerzo que les hizo recobrar las energías. Llegaron a dormir cerca de las cuatro de la madrugada al internado de la ciudad, donde los colchones que les tenían preparados supusieron todo un lujo. En 48 horas estos hombres habían descansado, en promedio, unas ocho horas.
Al otro día emprendieron el retorno a Santiago. Por la carretera se veían pasar caravanas de autos con provisiones y fueron constantes los bocinazos de apoyo. Algunos respondían con alegría, pero otros decían que no se lo merecían. Afirmaban haber perdido demasido tiempo viajando, que no ayudaron lo suficiente, que la gente les agradece demasiado. Cubiertos en hollín y polvo, arriesgando su salud y sus vidas, en algunos había la sensación de que no se merecen tanto cariño, porque, según sus palabras, “debimos dar más”.
Fuente: http://www.latercera.com/noticia/la-piel-bombero/
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