La mayoría pisó por primera vez el Cuartel cuando aún no había cumplido quince años. Desde ese momento, los Bomberos Voluntarios de Lomas de Zamora asumieron un compromiso de sacrificio, valentía y abnegación, a cambio del cual no reciben un reconocimiento económico, sino social.
Son las diez de la mañana y las cuatro líneas de emergencia están ocupadas. ¡Bomberos!, vocifera el sargento Sergio Fiz, mientras los parlantes dan aviso de que la dotación que salió hace 45 minutos a atender un incendio menor en una casa de Villa Fiorito se encuentra en “retorno disponible” al Cuartel con “todo el material”. El pip de un handy rompe con la monotonía armónica de los timbres, uno que da aviso de un accidente menor a pocas cuadras del centro de Lomas de Zamora, otro que esconde la voz de una señora que llama “al menos tres veces al día” porque se encariñó con los bomberos luego de una intervención en su casa y, no podía faltar, el que corta al advertir su equivocación cuando se entera de que, por error, marcó el 100 o el 4243-2222.
Detrás están ellos, firmes y estoicos, a la espera de que las líneas les notifiquen que alguien necesita de su ayuda que, como fue testigo Info Región, puede ser de lo más variada. Desde asistir a un hombre que se cayó de un árbol a varios metros de altura hasta rescatar personas en un accidente automovilístico o simplemente atender a alguien a quien le bajó la presión, sin olvidar, por supuesto, lo más importante: apagar incendios. “La función del bombero voluntario es impredecible”, resalta Héctor Escudero, que a sus 39 años es suboficial principal del Cuartel de Bomberos Voluntarios de Lomas de Zamora.
Lo cierto es que, además de ser imprevista, su tarea es virtuosa, llena de sacrificio, abnegación y voluntad. Y aunque su desinteresada labor, en casos, los lleva a ser vistos como héroes por la sociedad, ellos no se jactan de eso simplemente porque sus historias hablan de cuestiones más simples y bellas, que es lo que justamente los hace heroicos: de amor por lo que hacen y por la institución que los hermana, de vocación de servicio, compromiso, valentía y, fundamentalmente, de un crecimiento como personas.
“Tenemos un gran amor por la institución. Si la tenés en una línea de afectos a tu mamá, Bomberos está al lado”, explica el cabo Oscar Maldonado (41), mientras su hijo corretea por el Cuartel. “Este va a seguir mi camino”, asegura, al tiempo que cruzan una mirada cómplice.
Pero otra vez el silencio se ve interrumpido. Son las 10:45 y Fiz aprieta el botón rojo. La alarma los llena nuevamente de adrenalina. La dotación, esta vez, será de seis hombres, que a las corridas salen con sus trajes a medio vestir a un accidente ferroviario en la intersección de Larroque y las vías.
Dicen que no saben por qué un día llegaron al Cuartel, que hoy es casi como su segundo hogar o, en casos, su propia casa. Que muchos tildan de “locura” a la que es su pasión y que, a veces, no se comprende que su trabajo sea voluntario. Pero ellos defienden al que sienten como su deber por una sola razón: lo llevan en la sangre
“Si este fuera un trabajo pago, perdería su encanto. Nadie quiere ser rentado, esta es una tarea solidaria y voluntaria”, asegura el bombero Carlos Brincula (42).
Mientras tanto, los teléfonos siguen sonando. Son las 11:05 y el parlante notifica que la autobomba y la ambulancia que partieron hasta la calle Hornos, en Fiorito, se encuentran nuevamente en el Cuartel. En tanto que, cinco minutos después, una nueva modulación da cuenta de que la unidad que partió hacia la estación de Banfield ya se encuentra trabajando en el lugar.
A medida que avanzan las horas, y que culminan las jornadas laborales de algunos voluntarios, el Cuartel se va llenando y se hace techo de decenas de hombres y mujeres comprometidos con la misma causa. De eso será testigo Info Región que, con vistas al próximo 2 de junio, Día del Bombero Voluntario Argentino, compartió una jornada de cuartel entre mates, sirenas y salidas apresuradas con quienes ponen el alma y el cuerpo debajo del uniforme.
Espíritu y compromiso. Héctor, para todos sus compañeros “Coco”, asegura que no sabe por qué eligió ser bombero. Pero sí identifica el momento en que lo decidió de manera indeclinable: fue cuando, a sus 14 años, presenció el desfile que realizó la institución por la entonces adoquinada avenida Hipólito Yrigoyen, en la celebración de su 75 aniversario.
El cabo 1º Ezequiel Ruiz (27) aclara que ningún familiar suyo fue bombero, pero enseguida revela que desde la primaria se escapaba del colegio para venir al Cuartel.
El cabo Maldonado, en tanto, cuenta que llegó a la institución “por un castigo de la colimba”. “Estaba en la Séptima Brigada Aérea y una vez se prendió fuego algo y lo apagué. Como yo no estaba a cargo de esa tarea, me castigaron. Me dieron un matafuego y me dijeron ‘a partir de ahora, este va a ser tu compañero’. Y es verdad, no me separé más”, ironiza.
Luz Palermo tiene 21 años y es una de las tres mujeres que integran el destacamento. En ella, la vocación nació de sus ganas de hacer algo “que sea importante y valorado por la sociedad”. “Acá le decimos el ‘bichito’, una vez que te picó, ya está”, asegura.
Y el Sargento Fiz, con 39 años y 20 de carrera, parece resumir aquello que sienten los 132 miembros del Cuerpo activo: “Es imposible explicar en palabras por qué lo elegís. Hay que llevarlo en la sangre”.
El espíritu se respira en el aire, en la sonrisa y la actitud dispuesta que, sin excepción, traen todos a la hora de llevar sus uniformes.
Según explica Escudero, como voluntarios deben cumplir una carga mínima de apenas 40 horas mensuales, ya que para desarrollar tareas es condición elemental tener un trabajo o un estudio. “No podes ser bombero sólo porque la vida te lo permite. Es una actividad que uno suma por gusto, por vocación. Además, se debe ser un ejemplo para la sociedad”, asegura.
Lo cierto es que quince de los voluntarios también trabajan en el cuartel. Entre ellos, Fiz y Brincula, que hacen guardias de 24 horas cada dos días, por las cuales perciben un sueldo, pero cuyas horas no suman a las del voluntariado.
“El cien por ciento del personal es voluntario. Pero por una cuestión operativa se necesita que haya un chofer de guardia, que en ese momento está contratado por el cuartel. Somos quince los cuarteleros, que cubrimos todos los destacamentos”, detalla el último y, de repente, una sirena interrumpe. ¿Otra salida? No, el celular de Brincula que, como no podía ser de otra manera, acompaña el sentir de su corazón. “Tenemos mucho amor por la institución”, dice, como si hiciera falta argumentar el ‘ring tone’ elegido.
Pasadas las 11:30, el altavoz notifica que la ambulancia con el paciente que se rompió la rodilla en las vías, arribó al hospital “sin novedades”, es decir sin ningún contratiempo.
Mientras Fiz atiende frenéticamente el teléfono, el suboficial principal Escudero sigue acondicionando, con la ayuda de Maldonado y Ruiz, las unidades que volvieron de prestar servicio. Pronto harán lo mismo con los vehículos y las herramientas destinadas al accidente ferroviario. Así, lavan camillas, carrocería y equipos.
Y aunque parezcan obsesivos por la limpieza y el cuidado de los coches (basta pasar por la puerta del Cuartel, en Saavedra 46, para dar cuenta de ello), la higiene de los móviles es una de las leyes primeras. “Apenas llegan deben ser reacondicionadas, aunque, ante una emergencia, salimos chorreando sangre”, explica Héctor y reniega del uso de las ambulancias. “La necesidad tiene cara de hereje”, justifica.
El teléfono sigue sonando con una cadencia menor a los 2 minutos, pero por el momento ninguna emergencia impide que los hombres se sienten a la mesa a compartir unos amargos. Info Región propone el debate: en tiempos donde reina el individualismo y el altruismo escasea ¿Corren los Bomberos el riesgo de dejar de sumar voluntarios?
“No, los Bomberos Voluntarios no van a desaparecer porque ésta es una institución manejada por personas que no buscan reconocimiento, sino dar por el otro sin recibir nada a cambio”, resalta Fiz, en tanto que Emmanuel Romero (33) advierte que “siempre que haya una semilla, se seguirá adelante” con la noble tarea. “Y tenemos el semillero lleno”, destaca.
Una familia numerosa… Y de esto último no quedan dudas. La brigada juvenil que integra la Escuela de cadetes (ver foto) y muchos hijos de los que hoy conforman el Cuerpo activo, siguen sus pasos. “La vida del Bombero voluntario arranca a partir de los diez años en la Escuela de cadetes, que es hasta los 16”, apunta Escudero y precisa: “La institución en ese momento tiene un diamante en bruto, porque cuando uno es chico la voluntad de ayudar está más latente”.
Por caso, Ezequiel Ruiz pisó por primera vez el cuartel cuando aún no había terminado la escuela primaria. Aquellas primeras experiencias lo marcaron a fuego: a los 18 armó sus bolsos y se vino a vivir al Cuartel, donde reside desde hace 9 años.
“En mi familia, primero me dijeron que estaba loco. Ahora siguen pensando lo mismo, pero me aceptan. La cosa no es entenderlo, porque es una locura, sino aceptarlo”, cuenta y sonríe.
Pero su caso no es único. Escudero paró durante cinco años en el cuartel. “Durante las primeras semanas sonaba la alarma de noche y, dormido, siempre me golpeaba la cabeza con el descanso de la escalera”, recuerda.
Maldonado, en cambio, residió unos tres. “El que fue bombero en alguna etapa de la vida, vivió acá, ya sea meses o años”, asegura.
Está claro que la estadía nunca es completa. Además de desempeñarse como voluntario en el destacamento central, Ruiz es oficial de bomberos en Capital Federal y estudia la carrera de Seguridad e Higiene, lo que le demanda buena parte de su tiempo.
Lo cierto es que el resto de las horas y minutos le transcurren en el cuartel, por lo que un almuerzo o descanso pueden convertirse en cualquier momento en una salida. “Hay un par que nos quedamos siempre y a los que nos cuentan como un camión más. Saben que siempre estás”, destaca.
Y, a pesar de que son muchos los que no comprenden o cuestionan su tarea, los bomberos aseguran que el sostén y la comprensión de la familia son fundamentales en el desarrollo de su vocación. “Es una ventaja cuando te ponés de novio y te conocen siendo bombero porque significa que agarró el paquete completo”, bromea Maldonado, mientras Escudero revela que su relación más perdurable fue con una médica emergentóloga, que trabajaba en los mismos horarios que él. “Hay que bancar a un bombero”, insiste. En tanto que algunos hacen otras salvedades: cuando hay discusiones de pareja, todos terminan en el mismo lugar, “el querido cuartel”.
Y un gran hogar. Pero, entre charla y charla y limpieza de vehículos, el mediodía avanza impiadoso y las llamadas vuelven a aumentar. A las 14:00, la sirena da aviso de un accidente menor en la intersección de Roca y Pereyra Lucena. Sale una ambulancia y Luz, junto a dos compañeros, es de la partida. Transcurrida media hora, el parte correspondiente amplía el estado de situación: se trata de un hombre que cayó a cuatro metros de altura cuando realizaba la poda de un árbol y presenta un corte profundo debajo de la axila.
El lapso de calma subsiguiente se verá interrumpido apenas tres horas después, eso de las 17:00, cuando una dotación de seis hombres saldrá a apagar llamas en otra vivienda de Lomas de Zamora. “Una primera dotación ideal es de entre cinco y seis hombres. Va quien está a cargo, quien conduce el vehíc***, un pitonero (la persona que va al frente de la manguera), un ayudante de pitonero, que tiene una visión panorámica de lo que sucede, otro que va cortando la luz y el gas y un furriel, que va tomando nota”, detalla Escudero.
Si bien a las salidas más dramáticas concurre todo el personal, tal como sucedió en enero de 2008 con el siniestro en la fábrica “La Salteña” de Lanús, en caso de que alguna misión se presente arriesgada, quien está de guardia debe dar aviso vía handy o radio a los voluntarios que no se encuentren en el cuartel.
“Había uno al que le decíamos el ‘gato volador’”, cuentan, en referencia a un compañero que se cayó de una cornisa directo al ojo de un incendio y salió ileso, mientras que otros evocan a aquel al que molestaban apuntándole con la manguera de agua a presión en la frente.
Y en esos momentos, los hombres parecieran dejan de serlo para transformarse en niños, en aquellos que, por entonces, soñaban con apagar incendios y salvar vidas. Que jugaban a ser lo que hoy verdaderamente son: héroes.
Más tarde, una señora de pelo cano y sonrisa cálida preguntaría por Ezequiel Ruiz y, tras esperar por más de media hora a que su nieto regrese de “cumplir con su deber”, se presentaría como su abuela y le dejaría, por supuesto en el cuartel, su regalo de cumpleaños.
Cintia Vespasiani
Fuente: http://190.2.0.80/vernota.php?tipo=N&id=206830&dis=1&sec=1
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