Las grandes catástrofes, los accidentes de tráfico múltiples, los naufragios o los crímenes siempre tienen un espacio en los medios de comunicación. Los ciudadanos se asoman a estas tragedias desde las imágenes captadas en el lugar de los hechos o a través de las narraciones de los testigos que han estado cerca. Algunas de estas historias pasan a un segundo plano rápidamente; otras copan la actualidad durante más tiempo, pero pocas llegan a calar porque la noticia caduca y lo que queda es el dolor personal, la tragedia humana, la intimidad de las familias. Es ahí donde los servicios de emergencias, los bomberos, los policías e incluso los periodistas, desaparecen para dar paso a una figura fundamental, la del psicólogo especializado en la gestión de catástrofes.
Pocos conocen su existencia, pero estos profesionales dan apoyo moral a los seres queridos de las víctimas desde 1996. Su labor, callada y en la sombra, ganó relevancia cuando el 24 de julio de 2013 el Alvia se estrelló en Angrois. Ochenta personas perdieron la vida en las vías o en los hospitales a donde fueron trasladadas en medio de un despliegue inusitado para la Comunidad. Esa noche el móvil de Ana Martínez sonó, al igual que el de todos sus compañeros del Grupo de Intervención Psicolóxica en Catástrofes e Emerxencias.
La red del GIPCE está formada en la actualidad por 39 profesionales (18 más están en proceso de formación), todos ellos psicólogos voluntarios. Los ampara un convenio con la Xunta y el contacto directo con el 112, que cuando se produce una tragedia de unas determinadas características avisa al experto que está de guardia. Al otro lado del teléfono siempre hay una persona, las 24 horas del día, lista para ponerse en marcha si la familia de la víctima así lo solicita. «Ellos son los que indican si quieren contar con nuestro apoyo. Si la respuesta es afirmativa, allá vamos», explica Ana, coordinadora de esta red gallega. El protocolo con el que estos voluntarios trabajan limita su participación a unos casos bien definidos. «Intervenimos en situaciones críticas, es decir, accidentes, inundaciones, secuestros, cuando hay más de una víctima de la misma familia, desaparecidos, muchos heridos, naufragios, o en situaciones donde la víctima es un menor», aclara la coordinadora, con una década de experiencia en la mochila.
De Angrois a Chapela
Aunque siempre en un segundo plano y como muleta de las familias, la gente del GIPCE ha estado presente en el hundimiento del pesquero Mar de Marín en Vigo en 2014, en el accidente de rally de Carral de 2015 o en el descarrilamiento del tren de Porriño el pasado año. Más recientemente han apoyado a la familia del pequeño de 5 años que perdió la vida en Orense tras ser atropellado de manera accidental por el tractor de su bisabuelo o en la explosión de Chapela, donde una mujer falleció a manos de su pareja sentimental. Cada salida, explica Martínez, es única y difícil de olvidar. «Siempre quedamos a tomar algo con el compañero que nos ha acompañado cuando finaliza la intervención. El viaje a casa también te ayuda a despegarte, a tomar aire. Tiene que ser así, no te puedes llevar esas situaciones a casa. Llegas y sigues con tu vida».
«Angrois fue lo peor, nos marcó a todos, pero también nos unió»
Sin embargo, hay catástrofes que, por su magnitud, rompen con todo lo establecido. Y en el caso de este equipo de psicólogos, ese episodio negro tiene nombre y apellido, el del Alvia 04155.
«Angrois fue lo peor a lo que nos enfrentamos, sin duda. Aquí nunca se ha visto nada tan gordo. El recuerdo de esos días sigue siendo duro, en muchos compañeros, cuando sale el tema, aflora la parte emocional por todo lo que se vivió. Todos estuvimos tristes, como tiene que ser.
Nuestra herramienta de trabajo es la empatía y esa es un arma de doble filo. Te permite trabajar con la gente y no empaparte de su problema, porque entonces no serías útil. Pero con tanto dolor alrededor es imposible que no te afecte, la intensidad del trabajo tantas horas y tanta tensión... y la incertidumbre, que fue lo peor». El trabajo de estos profesionales —esos días llegaron a ser más de 40—
empezó la noche del descarrilamiento en las vías y siguió en el Cersia y en los hospitales. «Hubo un antes y un después de aquello. Nos unió, tuvimos la sensación de haber hecho un buen trabajo pese al caos e incluso hubo nuevas incorporaciones al equipo», confiesa Ana a toro pasado, pero con un nudo invisible aún en la garganta.
Sin contacto posterior
A los psicólogos del GIPCE no se les permite mantener el contacto con las familias que atienden una vez concluye su intervención, es decir, tras el entierro. Ese protocolo garantiza que actúen con la serenidad que se les requiere y que puedan pasar página de la veintena de casos que llegan a enfrentar al cabo del año. Pero hay tragedias, a veces nada sonadas, que calan. «Pasa si de por medio hay niños que tienen la misma edad que los tuyos, porque te identificas demasiado», reconoce la coordinadora, que guarda para ella su primera intervención, un naufragio que dejó huella. «Había marineros desaparecidos y fue duro ver que no conseguían encontrar los cuerpos. Ser consciente de que la familia no va a encontrar a su ser querido sí te marca».
«Despedirse bien de los seres queridos es fundamental para afrontar el duelo»
En ocasiones, los psicólogos siguen el desarrollo de los casos y de sus afectados a través de la prensa. Otras veces
queda la duda «de si estarán bien, de si lo habrán superado, y piensas que ojalá...». Los profesionales que conforman esta red tienen muy presente que intervienen «en el peor momento de la vida de una persona». Son conscientes de que se cuelan en su intimidad para darles la mano y ayudarlos a levantarse. De ahí que parte de su trabajo consista en que las familias se despidan bien de sus seres queridos, el único camino para seguir adelante. «Facilitar las despedidas de los seres queridos es importante.
Todo lo que tiene que ver con la labor en tanatorio es fundamental porque a veces no son capaces de acercarse a despedirse o les ponen dificultades porque el cuerpo de su ser querido no está condiciones. Y este proceso de despedida es crucial. Si no te despides adecuadamente, eso te puede quedar ahí. Estos rituales están para asegurar que nosotros después podamos enfrentar mejor el duelo, sin incrementar aún más el dolor», indica Ana Martínez, la cara visible de unos profesionales que
entregan sus conocimientos— y parte de sí mismos— cuando la desdicha toca a la puerta.
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