La ambulancia carretea por un camino de ripio, levantando polvo. Se dirige al oeste, desde Los Reartes hasta la ruta provincial 5. La conduce un bombero de 60 años que no pega un ojo desde hace 26 horas. El fuego indomable que no deja de reproducirse por toda el valle de Calamuchita no le permite dormir. Detrás viene una autobomba y una camioneta con sus compañeros del cuartel de Villa Ciudad América.
El viejo bombero putea al viento mientras explica que las ráfagas de hasta 60 kilómetros por hora complican la tarea de las dotaciones: “El viento transporta brasas encendidas, cambia permanentemente de dirección y, por su culpa, los aviones hidrantes no pueden volar”. Sólo deja de hablar cuando la radio emite la voz desesperada de una mujer.
–Urgente. Necesitamos refuerzos en la zona de la capilla del Yeki. El fuego baja bravísimo por la ladera, no puede llegar a las casas.
Pasan eternos segundos hasta que otro bombero, con la voz jadeante, entrecortada, le pregunta:
–¿Hay alguna barrera natural?
–Sólo el cauce de un arroyo. Pero no sirve, está seco.
–La p*** madre –es todo lo que puede contestar el hombre de la radio, impotente. El conductor de la ambulancia avisa que va en camino junto a sus hombres y acelera a fondo.
Cuando los bomberos llegan a la base del cerro, se encuentran con dotaciones de Los Cocos, de la Cumbre y de Los Reartes. No se saludan, hace días que vienen cruzándose en los frentes, peleando codo a codo.
Todos se disponen a subir cuando, insólitamente, las radios de los móviles comienzan a chillar, como si estuviesen sincronizadas: hay fuego en todos lados, cerca de sus pueblos, amenazando a su gente.
Se miran fatigados, piden disculpas y se repliegan. Se quedan sólo seis bomberos al mando del conductor de la ambulancia, José Luis Colombatti, intendente de Villa Ciudad América y bombero “de sangre”. José es padre de Marcelo, el director del Plan de Manejo del Fuego, quien coordina la tarea de los bomberos en toda la provincia.
Sólo le pido a Dios. El grupo sube hasta la capilla María del Rosario de San Nicolás, que se eleva solitaria en una loma, a mil metros de altura y a más de dos kilómetros al oeste de la ruta 5. La mitad del trayecto la hacen a pie.
La capillita es una construcción sencilla y hermosa. A sus espaldas, la sierra arde, crepita, vomita humo negro. Las llamas, a menos de 80 metros, amagan con tragársela. Los bomberos analizan el terreno y la dirección del viento: el fuego avanza hacia el sur, si no cambia de dirección, la capilla se salva. Si cambia, deberán encender un contrafuego. Depende de Dios. Hay que esperar.
El sol implacable de la siesta obliga a buscar refugio. La puerta de la capilla se abre y el equipo se sienta a descansar. Adentro, por suerte, no se escucha el terrible ruido de las llamas engullendo arbustos y pastizales, y no hay olor a humo. Todos permanecen en silencio, expectantes, hasta que a Colombatti se le escapa la primera oración. “Tenés que ayudarnos, virgencita”, dice mirando al altar, con los ojos inyectados.
Patricia Jurnadez, Alejandro Pereyra, Leonardo Acevedo, Darío Gigena, Claudio Torres y su esposa, Celeste, se desmoronan en los bancos y suplican en voz baja hasta que encuentran un poco de calma.
Pero no dura mucho. “¡Ahí viene!”, grita una mujer bombero. Salen de la capilla y miran de cerca el rostro incandescente de su enemigo. Se calzan las mochilas de agua, toman aire y avanzan. Entonces alguien nombra a San Expedito, el santo de las causas urgentes.
Fuente: Diario Día a Día de la Pcia de Córdoba
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