«Tened mucho cuidado con acercarle a la víctima familiares con los que no tiene buena relación. Eso es peligroso...». Y entonces Sergio interrumpe la clase, mira a sus compañeros y les cuenta lo que pasó aquel día.
-Un bombero estaba negociando con un chaval que se había encaramado a un balcón. La cadena de información falló y alguien metió en el piso a la madre del chico para que le convenciera de que no saltara. Resulta que el chaval se llevaba muy mal con la madre pero nadie lo sabía. El chico miró al bombero y le dijo:
-Gracias tío, pero adiós.
-Y se tiró.
Esa historia no fue un simulacro. Ocurrió. Pasó en Madrid, ante los ojos con memoria de un bombero que no olvidará aquella muerte. Aunque no fuera culpa suya. Ni de nadie. No hubo culpa, sólo dolor.
Suicidio.
Esas 10 muertes y 200 intentos al día en España, lo que más mata de forma no natural, la estadística del silencio. No hay nada que más tema la psicología; igual por eso ni se estudia en la carrera. No hay miedo como ése para el familiar de alguien agotado por la vida. Y no hay día en que algunas profesiones no lo afronten cara a cara, a veces en el borde del precipicio.
Bomberos.
«Llevo 11 años trabajando y he ido a más muertes por suicidio que por tráfico o incendios juntos». Es Sergio Tubío Rey, el creador de esta realidad entrenada y este entrenamiento de la realidad que usted va a leer.
Bomberos y suicidio.
Una noche, el parque de Sergio recibió el aviso de un suicidio potencial. El camión rojo intentó ser más veloz que la muerte pero no llegó a tiempo. «Era un chico de 16 años. Se acababa de tirar. Me quedé mirando el cuerpo y, aparte de la pena por la muerte, me hice una pregunta: 'De haber llegado a tiempo, ¿qué tendría que haberle dicho?'. No supe responderme. Los bomberos somos la mano que trae a un lugar seguro a la víctima, pero yo no habría sabido qué decir a aquel chico para ayudarle. Esa pregunta me dejó muchos días sin dormir y pensé que había que hacer algo. Buceé en guías, fui a una charla de Carmelo y presenté un proyecto a la Escuela de Bomberos. Y aquí estamos».
Aquí estamos. Se llama Unidad de Intervenciones ante Tentativa Suicida, la primera experiencia en España de formación a bomberos en negociación, acercamiento y contención de una persona a punto de acabar con su vida.
Aquella pregunta íntima de un bombero ante un cadáver es hoy un equipo liderado por Sergio Tubío y Santiago Martínez Soto que inyecta a sus colegas claves psicológicas y físicas para evitar suicidios.
Varios bomberos despliegan un colchón en el parque de Aluche (Madrid).
Porque, tantas veces, los bomberos son la última mano...
Desde hace un año y medio, por aquí han pasado centenares de bomberos y bomberas de toda España. Y hasta compañeros del otro lado del mar, como los argentinos que aprendieron y sudaron en la penúltima semana de junio, los días que sostiene este reportaje. Papel se empotró en las horas del curso teórico y en el sobrecogedor simulacro final que una veintena de bomberos protagonizó en el parque de Aluche (Madrid).
«¡Me importa un bledo que me rompáis un dedo! Ya me ha pasado otras veces. Bueno, y la nariz, y la rodilla... Tenéis que contenerme. Vosotros y yo vamos a ir con arneses porque si la cosa sale mal, yo me tiro. Y vosotros vais detrás. ¡No subestiméis la fuerza de la víctima: protegeos!». Es Carmelo Vega, un bombero jubilado con 40 años de intentonas y muertes detrás que se transformará en dos suicidas y pondrá al límite a sus compañeros.
Primer simulacro:
Sergio Tubío y Carmelo Vega reúnen en círculo a los bomberos y les asignan los papeles: policías, curiosos, vecinos, familiares, bomberos para los colchones, las escalas, la coordinación...
-Esto es una intervención real. No os relajéis.
-A partir de ahora, yo no soy Carmelo, soy Román. No os fiéis.
Román tiene 49 años y acaba de enviudar. Está en la barandilla de un tercer piso. Se oyen gritos.
-¡Qué m*****! ¡No puedo!
Abajo hay vecinos que le gritan que no se tire. Los bomberos despliegan un enorme colchón. Una escala se aproxima a la terraza.
-¡No, no, nooooo! ¡Si te acercas, me tiro!
La escala se detiene. Una bombera ya está en la terraza, a unos cuatro metros de Román.
-Román, ¿por qué te sientes mal? Te quiero entender. Quiero ayudarte.
-(Román empieza a llorar) No te acerques... ¡Soy un puto cobarde!
-Mira, Román, estoy aquí agachada. No me acerco si no quieres.
Mientras, en la calle, aparece un hijo de Román.
-¡Papá, ¿qué coño haces? Baja, joder, baja!
Román lo reconoce. Mal asunto; no se llevan bien. Se dirige a él con insultos.
-¡Hijo de p***! ¡No, no!
La bombera, que está ya en cuclillas, intermedia.
-Román, tranquilo, si no quieres que tu hijo esté aquí, no estará. Dime qué te pasa.
-Mi hijo es un cabrón.
-Seguro que hay alguien con quien te sientes bien.
-Mi hija, mi hija... Pero, hija, mamá ya no está (vuelve a llorar).
Carmelo Vega, bombero jubilado, con un compañero durante el ejercicio.
-Pero estás tú y para tu hija eres un pilar. ¿Quieres agua?
Los bomberos localizan a su hija, Martina. La bombera sigue hablando con Román y pidiéndole que le cuente cosas. Pero, de repente, Román hace algo que los bomberos expertos detectan como la antesala de la muerte, una señal de cierre: se quita los zapatos. Y entonces, la bombera y otros compañeros se lanzan a por él. Están en el suelo impidiendo que Román se zafe. Todos le calman, le dicen que están ahí para ayudarle y que su hija ya está aquí. Le preguntan si quiere levantarse con ellos. Lo empiezan a bajar abrazándole y cubriendo el hueco de la escalera.
Por si acaso.
Aparece Martina pero los bomberos no sueltan a Román. El padre y la hija van hablándose escalera abajo. Y entonces, Ana, la bombera que ha estado 40 minutos negociando con Román y que no se separa de él, le dice:
-Eres un valiente, le echas dos cojones y no te rindes.
-¡Final, final, final!
Y Román vuelve a ser Carmelo.
Es el primer ejercicio del viernes, la primera encarnación de lo que durante los cuatro días anteriores han aprendido estos bomberos que ahora resoplan, beben agua a mansalva y se despegan la ropa sudada por la tensión.
Acompañados en una de las jornadas por una psicóloga experta en estrés postraumático, Tubío y Martínez han impregnado a los bomberos con datos, estrategias de persuasión y tácticas de captura. Y con imágenes de casos reales que salieron bien y que salieron mal.
Una vez, gracias a una buena planificación de los compañeros, llegué a tiempo de sujetar a una chica antes de que saltara
-En un intento suicida, nuestra intervención es al revés de lo normal: cuanto más tiempo pase, mejor. Cuanto más fatigada esté la persona, menos impulsos tendrá. Se trata de llegar, examinar, proteger, analizar y actuar. Es ganar tiempo y que sea la persona la que decida ponerse a salvo.
Algunos bomberos apuntan. Otros asienten. Los hay que preguntan mucho y quienes no abrirán la boca porque están boquiabiertos.
-Una vez, un compañero estuvo cuatro horas hablando con un hombre que se iba a tirar por la ventana. Una de las medidas que utilizó para cubrir sus necesidades fue preguntarle si quería fumar y podía fumarse un cigarro con él. Y acabaron fumándose un paquete entero. Salieron abrazados.
Tubío habla de las víctimas: «No son locos, ni gente con ganas de llamar la atención, sólo rehenes de sus circunstancias, personas que hasta el último segundo piden ayuda. En cualquier intervención, recordad que el éxito será de la persona. Y el fracaso también».
Los directores del curso empiezan a concretar:
-De camino ya hay que ir obteniendo información de la víctima: nombre, sexo, edad, enfermedades, consumo de alcohol o drogas, si hay personas de su entorno con las quiera hablar o lo contrario... Y es importante quitar las sirenas antes de llegar.
El equipo de bomberos interrogará a viandantes, policías, familiares, vecinos, amigos... Y al portero. «Los porteros dan mucha información. Y tienen las llaves del piso».
Tubío pincha una diapositiva con un gráfico en círculo. Se titula Información crítica y resume lo que los bomberos deben saber al llegar: Nombre (y todos los datos personales posibles). Antecedentes (pérdida personal, despido, etcétera). Tiempo de la tentativa. Intentos previos de suicidio. Llaves. Lugar (dónde está y dónde puede caer). Acompañado (si la víctima está con alguien o sola). Sustancias (si ha tomado).
-Hay una regla nemotécnica por si os sirve. Si cogéis las iniciales, sale un palabra: NATILLAS.
Recreación de un intento de suicidio.
Los bomberos sonríen pero no olvidarán el sabor de esa idea.
Y en eso, el curso llega a la cornisa.
El bombero y la víctima.
-Para la contención hay que ir asegurados. Si no, no vamos. La contención es la última opción. Y cuando no puedo impedir el salto porque no tengo acceso directo a la víctima hay que utilizar la persuasión.
Persuasión. La gran palabra de la Unidad ITS.
-El objetivo es tranquilizar a la víctima para que desista de su intento. No deben oírse las comunicaciones y es bueno disminuir la luz del casco. Sólo debe hablar un bombero. Llama a la víctima por su nombre y preséntate. Acércate con los brazos en alto o mostrándole las palmas de las manos. Háblale sin levantar la voz. Dile que te gustaría hablar con él, muéstrale interés, explora sus motivos: '¿Qué te ocurre? ¿Cómo has llegado a esta situación? Cuéntame qué te pasa'.
Los bomberos atienden. Hay una vida o una muerte al otro lado.
-Manifiéstale tu deseo de ayudar. Intenta empatizar: 'Veo que estás angustiado'. Respeta sus silencios. Da muestras de que le estás escuchando, asiente, dale las gracias. Déjale hablar. Haz un resumen: 'Así que te han echado del trabajo...'. Usa elementos del entorno para acercarte. Intenta cubrir sus necesidades: '¿Quieres sentarte? ¿Tienes frío?'. Pregúntale si lo ha intentado antes. Y si tiene algún apoyo: '¿Hay alguien que te pueda ayudar?'.
Entonces Tubío se acuerda de aquel anciano del noveno piso.
-Estaba en una jardinera y ya se estaba soltando de una mano. El compañero le preguntó si se acordaba de alguien y el señor le dijo que de su hija. El bombero le pidió que le hablara de ella. Usó un enganche emocional y funcionó.
No era un ensayo.
Lo que viene a continuación, sí.
Segundo simulacro:
Juan tiene 15 años. Los bomberos no saben nada más de él. Está asomado a una azotea. Juan es Sergio Tubío. Aunque no lo parece.
Se despliega toda la parafernalia y un bombero se coloca a tres metros de Juan. El chaval es una víctima triste. No grita. Llora y tiene la cabeza gacha. El ambiente es íntimo, ni siquiera se oyen las comunicaciones de los walkies. Pero estamos tan altos que no llegan los lamentos de la madre de Juan desde el suelo y hace tanto aire que cuesta percibir lo que el bombero y la víctima hablan entre sí.
La escena ha comenzado con las piernas de Juan colgando en el vacío, pero a los 20 minutos, el chico ya está sentado hacia adentro. Aunque cerca del abismo.
-En el colegio se ríen de mí. He intentado hacer amigos, pero me pegan. Lo mejor es acabar con todo.
El bombero le dice que le hable de lo que le pasa en el colegio. Y le pregunta a quién quiere de su familia.
-A mi abuelo...
-Tu abuelo es importante para ti. Imagínate lo importante que tú eres para él. A mí me pasaba igual con el mío. ¿Puedo contarte cómo era mi abuelo?
Juan mira al bombero y asiente. Hablan de sus abuelos y el bombero va intercalando preguntas.
-¿Quieres agua? ¿Necesitas algo?
El chico saca una carta y se la acerca al bombero.
-¿Quieres que la lea? ¿La leemos juntos?
Es la segunda vez que el bombero tiene a mano a Juan. Pero opta por no agarrarlo. No tiene asegurado el otro lado, el de la muerte. Y prefiere la negociación.
Juan solloza, pero acepta la cercanía lenta del bombero.
-¿Quieres que te dé la mano? ¿Te gustaría hablar en un sitio más seguro?
-Sí, por favor.
Y Javier, el bombero que nunca ha tenido un suicida a mano, acoge a Juan. Otro bombero se coloca tras ellos cubriendo la espalda. O sea, el abismo. Todos bajan de la azotea abrazados a Juan, que es Sergio Tubío transmutado en un adolescente en destrucción.
Carmelo Vega y Sergio Tubío, durante una de las charlas.
-Final, final, final.
Dos días antes, en el aula, Tubío había acercado a sus alumnos a los desenlaces.
-Haz preguntas para crear perspectivas: '¿Qué podrías hacer para mejorar tu situación?'. Y dile que se dé una oportunidad hoy. El suicidio puede ser una opción, pero no hoy.
Después de miles de tentativas, los bomberos saben cuáles son las señales de arrepentimiento:
-Si la víctima empieza a hablar de futuro, si se agita menos y da síntomas de fatiga, si se aparta del peligro, si nos da la razón...
Después de miles de suicidios, los bomberos saben cuáles son las señales de despedida:
-Si sube de agresividad, si te ignora, si se desnuda, si se quita las gafas... O si da la espalda al vacío, porque hay víctimas que tienen miedo a la muerte y se tiran sin mirarla.
El grupo está absorto. Algunos han vivido eso y otros saben que lo vivirán. Así que Tubío termina el día con lo que no se debe hacer.
-No toques a la víctima, lo percibe como una amenaza. Evita movimientos bruscos. No le engañes. No le juzgues. No le reproches. Y no uses frases vacías: '¡Venga, que todo pasa!'.
Tercer simulacro:
Carlos, enfermo de esquizofrenia, está sufriendo un brote muy grave. Está asomado a un cuarto piso.
-¡Yo sé volar!
No toques a la víctima. No le engañes. No le juzgues. No le reproches. Y no uses frases vacías: '¡Venga, que todo pasa!'
Un desalmado le grita que se tire y los policías se lo llevan. Los bomberos han localizado a su madre. Un equipo está ya en el piso y un bombero empieza a negociar con Carlos. Le pregunta qué le pasa, le llama por su nombre, le pide que le escuche y le dice que su madre ya está aquí.
-¡Soy Dios!
-Carlos, aquí sólo hay gente para ayudarte. Nadie va a hacerte daño. ¿Quieres hablar con tu madre?
-¡Madre! (rompe a llorar pero sigue muy tenso).
La madre habla con cariño a su hijo e intenta que conecte con la realidad. Los minutos pasan con una mezcla de dulzura hacia la madre y desconfianza ante los bomberos.
-¿Me quieres pegar?
-No, Carlos, sólo ayudarte.
-¡Ellos quieren matarme!
Carlos está muy agitado. Se acerca al borde de la terraza, está a punto de tirarse y vuelve hacia el bombero. No está quieto ni un segundo. Va y viene hacia el peligro constantemente. La tensión es máxima. Como la negociación es imposible, el bombero decide capturar a Carlos. En un instante, seis bomberos placan al hombre, lo sujetan en el suelo y le dicen que todo está bien. Y en medio de la tensión, Carlos intercepta la mirada de su madre.
-¡Final, final, final!
Los bomberos están agotados, se cruzan ojos de impresión.Hay algún «bufff» que lo cuenta todo. Se acaban las botellas, nadie tiene hambre. Carmelo Vega, magullado, se abraza con la psicóloga que ha hecho el papel de su madre. Sergio Tubío, que hace unas semanas se tiró al vacío en medio de un mal ejercicio, repasa el último simulacro, clausura el curso, se cambia de ropa y nos atiende con la boca seca.
-¿Ha negociado con algún suicida?
-Negociar mucho tiempo, no. Pero una vez, gracias a una buena planificación de los compañeros, llegué a tiempo de sujetar a una chica antes de que saltara. La cogí casi en el aire.
-¿Sabe si estos cursos han evitado algún suicidio?
-Sí. Han sido unas cuantas vidas salvadas.
-¿Se sigue acordando de aquel chaval de 16 años?
-Sí. Y del silencio. Hubo que usar una radial para cortar una estructura y acceder a la zona donde estaba el cuerpo. Pero nadie se asomó. Eran las tres de la mañana y nadie se quejó. Era una comunidad de vecinos grande y era como si estuviera desierta. No se me olvida aquel silencio.
Suicidio, la muerte silenciada.
"HE APRENDIDO DE LAS VÍCTIMAS SU ÚLTIMA MIRADA"
Bombero desde 1972 hasta 2012, Carmelo Vega, el que fuera jefe supervisor de Bomberos de la Comunidad de Madrid, va por el mundo haciendo de suicida para evitar suicidios. En sus simulacros nada simulados, se ha roto la nariz, la rodilla y algún brazo durante sus pugnas con bomberos que trataban de impedir su salto al vacío. Sabe bien lo que enseña en la ficción, porque estuvo cerca del salto en la realidad...
- ¿Le ha tocado intervenir alguna vez con personas que se iban a suicidar?
- Sí, 40 años dan para mucho, desgraciadamente también en suicidio. He tenido algunas intervenciones muy complicadas, con distinto resultado, satisfactorio o muy lamentable. He tenido negociaciones difíciles y algunas imposibles. El caso de mayor dificultad fue una persona con la que estuve negociando cinco horas. Logré, y lo digo entre comillas porque quien lo consigue es el suicida, que razonase un poco más y cediese de su intento. He tenido también malos resultados. En su determinación, el suicida no te ofrece tregua. La sociedad cree que alguien que está en un tejado, en un balcón o en un precipicio durante horas no tiene la intención de tirarse. No, no. Tiene la ambivalencia entre vivir y morir. Y ahí es donde mediamos para ayudarle.
- ¿Qué ha pasado cuando la negociación ha salido mal?
- La frustración es cuando, después de algún tiempo, consideras que has avanzado en la negociación y de pronto una persona, de una forma fría y determinante, delante de ti se despide de la vida. Empiezas a preguntarte qué has hecho bien y qué has hecho mal. Hay días muy difíciles para la conciencia. Igual que esto, digo lo contrario. Nunca consideramos que una renuncia a suicidarse sea un éxito nuestro. El fracaso o el éxito es de la víctima. Si ha considerado suicidarse es una decisión suya, incluso tiene derecho a hacerlo, aunque los daños colaterales puedan ser graves. Cuando decide no hacerlo y tú has hecho algo bien, esa sensación es indescriptible. Volver al parque de bomberos sabiendo que has dejado a una persona en suelo firme da mucha alegría.
- ¿Están preparados los equipos de emergencia españoles ante el suicidio?
- Cada vez más. Y hay una magnífica predisposición a perfeccionarse. En Bomberos no hay ninguna pereza a que la formación se intensifique.
- ¿Qué ha aprendido de las personas que se quieren suicidar?
- He aprendido de las víctimas su última mirada. La última mirada de un suicida te dice mucho, te dice que tiene razones para hacerlo aunque tú no le encuentres ninguna. Que tiene una decisión sobre una vida a la que no le encuentra salida. Seguro que la hay.
- ¿Qué le diría a alguien que esté leyendo esta entrevista y un día pueda encontrarse ante una persona que se quiere suicidar?
- Lo más importante es no evadir el problema. A la mínima detección de la ideación suicida, hay que prestarle atención. Puedo asegurar que muchos suicidas, de haber encontrado apoyo o referencia en su entorno, una muleta de su invalidez momentánea, no se hubieran suicidado. Pido a nuestro Gobierno que haga un programa de detección del suicidio. Que haya campañas de concienciación. Y que los amigos o familiares sepamos que el suicidio no es un mal negro, una leyenda oscura, un tabú. Puede ser una enfermedad. Detección, atención, tratamiento. Y que se dé categoría a la Psicología, subestimada en este tema. La psicología de urgencia es necesaria en España.
- Sí, porque nadie está libre...
- En cada uno de nosotros hay un suicida en potencia. Es connatural. Me llama la atención cómo está aumentando el suicidio entre la gente joven. Alguien puede sonreírse si digo que hay un porcentaje altísimo de personas que todavía se suicidan por amor. En la sociedad hay elementos que aceleran la ideación suicida. No podemos ignorar esta situación económica. La pobreza en España lleva al suicidio. Los pobres que antes vivieron medianamente bien y ahora son pobres son suicidas en potencia.
- Tener tanto contacto con el suicidio o con su tentativa, ¿le ha protegido a usted o le ha indicado que eso es una posibilidad?
- El suicidio de los demás te va minando. Y la acumulación de casos puede generarte algún tipo estrés post traumático. Y ahí se puede entrar en una depresión. Y en una depresión puedes entrar en una ideación suicida. Yo escribí mis memorias y hay un capítulo en el que cuento que la depresión me llevó a ideaciones suicidas que me hicieron comprender un poco más al suicida. Afortunadamente, yo sí vi la luz muy pronto, pero entiendo la oscuridad de muchas personas que no lo han logrado.
FUENTE: https://www.elmundo.es/papel/historias/2019/07/13/5d285053fc6c83c42...
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