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Una emotiva historia en el Cuartel de la 18CIA.
Los autitos de Gastón
Por Andres Valenzuela, Francisco Niño y Marcelo Jamasmie
Agosto 1, 2010
Mientras mirábamos el pequeño ataúd que contenía los restos del pequeño Gastón, pensábamos en el día en que se cruzó en nuestras vidas…
Fue uno de esos días a los cuales recién estamos acostumbrándonos, una mañana bajo cero, extremadamente fría pero muy bella, un día completamente despejado, que se iluminó aún más al ver la expresión de felicidad en los ojos de Gastón.
Él y su padre venían repetidamente al cuartel y a las competencias internas que teníamos en los terrenos de Aguas Cordillera. Esa mañana fue su papá quien nos preguntó si le podíamos mostrar el cuartel a su hijo, ya que él era fanático de los bomberos. Nos dijo que esa visita, sería por mucho su mayor alegría.
No sólo le mostramos el cuartel, sino que además lo subimos al carro, le contamos experiencias y anécdotas, nuestras formas de trabajar e incluso nos tomamos fotografías con él. Mientras veía la felicidad reflejada en su rostro, recordé con nostalgia lo que yo mismo sentía cuando era niño y veía pasar un carro de bomberos por la calle…
Hasta ese momento todo era como de costumbre y nada nos hacía pensar, que esa visita podía cambiar nuestras vidas.
Hace un par de días el papá de Gastón volvió al cuartel, pero esta vez venía solo. No le reconocimos de inmediato, pero cuando nos mostró la foto, supimos quien era. Nos dijo que Gastón había muerto, pero que a su hijo le gustaría mucho que los bomberos lo acompañaran en su llamado, el más importante…
Llegamos a la iglesia a eso de las 12 del día, impecablemente uniformados, con la extraña convicción de que estábamos despidiendo a uno de los nuestros.
Su ataúd estaba bellamente adornado, no sólo con flores, sino que con un carro de bomberos y un hermoso casco de juguete encima de él; sin embargo lo que más estremeció nuestros corazones, fue la foto cuidadosamente enmarcada que se encontraba a los pies del féretro. En ella aparecía el pequeño Gastón abrazado con dos de nuestros bomberos, foto tomada en una de las tantas competencias internas a la que asistió el pequeño con su padre.
Al recorrer el lugar con la vista nublada de la emoción, notamos que una fila de autitos de juguete cuidadosamente alineados, recorría toda la iglesia desde los pies del ataúd hasta la salida de la iglesia, llegando prácticamente al lugar donde nos encontrábamos solemnemente apostados.
Con estremecimiento escuchábamos las palabras de su hermana, quien recordaba la vida de Gastón, deteniéndose una y otra vez en las ansias que tenía su hermanito de ser bombero, entendiendo finalmente que nuestra presencia ahí nunca fue casualidad.
Una vez terminada la misa, creímos que Gastón ya se había despedido de las personas más importantes de su vida y que ahí se encontraban para darle el último adiós, sin embargo se tenía guardado el saludo más especial para nosotros.
Cuando el féretro iba saliendo de la iglesia con dirección a su última morada, se detuvo exactamente donde estábamos nosotros, firmes y marciales. Su hermana en nombre de Gastón nos dio un largo y emotivo abrazo, permitiéndose recordar el encuentro más maravilloso que haya tenido el pequeño Gastón en un cuartel de bomberos llamado 18.
Cuando por fin pudimos volver a desempañar la vista nos encontramos cada uno con un autito de juguete en nuestras manos, recuerdo imborrable de que lo que vivimos no fue un sueño, sino que es la certeza de haber conocido en vida a un santo que iluminó nuestro camino bomberil.
Hoy, cada vez que salgamos a llamado, apretaré en el bolsillo de mi cotona los autitos de Gastón.
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