Mientras litiga ante un juez de Trabajo o Civil, el abogado Julio César Rumbea deja a un lado su investidura de mayor del Cuerpo de Bomberos de Guayaquil, en donde se desempeña como jefe de la División de Materiales Peligrosos.
Su labor es pura vocación de servicio, no gana sueldo, pues forma parte de los 1.200 bomberos voluntarios que tiene la institución, que este 10 de octubre celebra sus 175 años de creación.
En esta tarea lo acompañan su hermana, la teniente María Mercedes, y su hijo, Javier, quien es suboficial.
Ellos pertenecen a la quinta y sexta generación de bomberos voluntarios de la familia Rumbea, quienes ejercen con pasión esta actividad.
Como indica el lema de la Academia de Bomberos: “Cuando te toque ser un héroe, es mejor que estés listo”, así se desarrolla el día a día de los voluntarios, quienes se comunican a través de un escáner.
Allí escuchan cualquier notificación de la central que los alerta sobre alguna emergencia en la ciudad.
“Si estoy a punto de entrar a una audiencia, delego la tarea a un capitán hasta que yo pueda ir al sitio de la catástrofe”, explica el mayor Rumbea.
Se considera hábil para acudir rápidamente a las emergencias, sin importar el lugar en donde se encuentre.
Así, un sábado en la noche debió dejar a un lado el matrimonio de unos amigos para ir a apagar un incendio.
Llegó con el esmoquin puesto y no alcanzó a cambiarse de traje, pues debió salvar a un hombre ebrio que se dirigía hacia la casa en llamas.
“¿Qué te crees, James Bond?”, le preguntó el rescatado, al verlo con el traje de gala.
El mismo trajín lo vive su hijo Javier, quien un día dejó a su novia en el cine, para cumplir con su labor en una emergencia.
Para ser voluntario, o incluso aspirante, “primero hay que sentir el deseo de brindar un servicio a la comunidad, sin fines de lucro”, dice Julio César.
Formación
Un aspirante a bombero es la persona que se inscribe en la Academia de Bomberos Crnel. Gabriel Gómez Sánchez, de Guayaquil, cuya sede está ubicada en el campus La Prosperina de la Espol.
El valor del curso, que es de 15 dólares, es utilizado en las copias de las clases que se dictan, según el director de la Academia, mayor Reynaldo Carbo.
Durante el mes que dura el aprendizaje, los aspirantes estudian sobre la seguridad del bombero, el uso y manejo de extintores, las operaciones contra incendios, primeros auxilios, entre otras materias.
La Academia cuenta con 46 instructores, entre ellos la teniente María Mercedes, quien imparte clases de Química del Fuego.
Luego de aprobado el curso, los aspirantes ingresan a uno de los 15 cuarteles que existen en Guayaquil.
Allí se continúa el entrenamiento con el jefe de guardia, encargado de la brigada.
“Si eres nuevo y hay un accidente o emergencia, te paras al lado mío y haces todo lo que yo hago”, se le indica al graduado, pues de esta manera se forma y adquiere experiencia.
Así comenzaron los voluntarios de la familia Rumbea. María Mercedes recuerda que cuando ingresó a la entidad, hace 10 años, era la única mujer de su cuartel.
“Entró el jefe a saludar a los voluntarios y a mí me ignoró, no me tomó en cuenta, porque no creía en mí, por ser mujer”, rememora la teniente.
Este hecho –dice– la motivó a demostrar a sus superiores que ella tiene madera para desempeñarse como bombera. Luego de un año se hizo acreedora a su uniforme y a los equipos que la institución otorga a todo voluntario que pasa las pruebas.