Durante esta semana le arrebató más de cinco vidas a la muerte, pero esta no solo le ganó la mayoría de los pulsos, sino que se le llevó el premio mayor: su mejor amigo.
Montado sobre un peñasco de concreto y ladrillo, Dairo Alberto Pava, un bombero de Armenia, permanece al lado de 15 hombres que remueven los escombros de lo era una manzana del destruido barrio La Brasilia, al sur de la ciudad. Cinco días después de la tragedia, todos tienen la esperanza de rescatar a una persona con vida.
La mayoría ha dormido sólo un par de horas desde el pasado lunes y ha comido poco, pero como nobles perros de caza, ninguno está dispuesto a descansar ni a flaquear.
Como ellos, más de 400 bomberos, socorristas, miembros de la Cruz Roja y la Defensa Civil, muchos provenientes de otros países, siguen rastreando, centímetro a centímetro, entre los escombros, algún rastro de vida que les permita rescatar a los últimos sobrevivientes.
Por ejemplo, el viernes fue rescatada viva una niña de tres años en el barrio Brasilia y el miércoles había tenido la misma suerte Daniel Andrés Acevedo, un joven de 16 años que sobrevivió debajo de las ruinas del edificio Andalucía, en el centro de Armenia.
La esperanza es...
Muchos de ellos han dejado sus trabajos, esposas, hijos o padres por venir a esta ciudad a ayudar en las operaciones.
Este es el caso del bombero Pava, quien minutos después del terremoto, dejó a sus padres y se fue para la destruida estación de bomberos de Armenia. Durante los dos días siguientes, trabajó junto a muchos más para rescatar a sus compañeros atrapados.
Lograron salvar a cuatro, pero cinco más perdieron la vida. Uno de ellos era mi mejor amigo, mi hermano, mi compañero que me servía de apoyo y de sombra en todo , afirma, mientras llora por primera vez desde que comenzó la tragedia.
Este hombre de 1,79, trigueño, ojos oscuros y cuerpo delgado, ha estado en casi todas las grandes tragedias de este país. Y aunque ahora pienso en tirar la toalla por tanto dolor, no he podido, porque esto me atrae como un imán. Sigo, porque allá abajo alguien me necesita .
Lo mismo piensa Jairo Gómez, un voluntario de 26 años que ha estado en todas partes, tratando de ayudar a salvar y a curar personas. Prácticamente solo ha tomado suero y agua, y así como he sentido la felicidad de rescatar a alguien con vida y me sentí como si fuera un médico que sacaba a un niño recién nacido, también he sentido la derrota, como la mujer embarazada que sacamos muerta, pero con su hijo vivo, que no pudimos sacar porque si la cortábamos para salvar al niño, la familia hubiera pensado que nosotros la matamos .
Ellos no piensan en la muerte cuando van al rescate de una persona y están debajo de lo que era un edificio de cinco pisos. El pasado jueves, un voluntario de la Cruz roja encontró la muerte al caerle una pared mientras trataba de rescatar a un sobreviviente.
En la puerta de una casa que está a medio caer, el capitán Oscar Fernando Mejía, comandante de bomberos de Riosucio, recuerda que ha rescatado a más de 56 muertos de entre los escombros y un buen número de personas vivas, especialmente el primer día.
A pesar de la felicidad de salvar a alguien, también lo persigue la muerte. No puedo olvidar a la mujer joven que encontramos abrazando a su hija de dos meses, debajo de una placa de concreto. En esos momentos, le pregunto a Dios por qué permitió eso... pero después le pido que me dé el valor de seguir adelante , dice este menudo hombre.
Es la misma sombra que persigue al bombero Pava. No puedo sacar de mi cabeza a la familia abrazada que encontré en el deslizamiento del barrio Simón Bolívar y que no pudimos salvar de entre el barro . Tampoco puede olvidar todo lo que hizo por salvar a su mejor amigo de entre los escombros.
Ellos, como muchos más, siguen buscando hoy, incluso desde antes de que amaneciera, y con una fuerza interna increíble, algún sobreviviente en medio de los escombros.
Publicación
eltiempo.com
Sección
Otros
Fecha de publicación
31 de enero de 1999
Autor
JOSE FERNANDO HOYOS E. Enviado Especial de EL TIEMPO Armenia