La estación de bomberos número 7 de la ciudadela Atahualpa, ubicada en el sur de Quito, no había atendido una gran emergencia desde hace casi cuatro meses. La tranquilidad en el lugar terminó el martes 7 de enero, luego de que en una gasolinera se produjeran dos explosiones, 10 personas están heridas por la emergencia.

La estación de servicio de la ciudadela Atahualpa está a menos de dos cuadras del edificio de los Bomberos. Al momento de la emergencia, el subteniente de bomberos Christian Benalcázar se encontraba junto con sus subalternos en el pasaje La Concepción, ubicado en la Colmena Alta, también en el sur de la urbe, pero lejos de la Atahualpa; en la estación 7 no había efectivos. Benalcázar recuerda haber pensado "esto es serio, busca un lugar por donde salir, aunque sea por las gradas pero nos bajamos".

Once casacas rojas trabajan a diario en la Atahualpa, distribuidos en turnos. A las 16:45 cinco estaban atendiendo una emergencia menor cuando por la radio se enteraron del llamado para atender el fuego en la gasolinería.  Katy Tibán, la centinela del edificio de los Bomberos en la Atahualpa, hizo un llamado urgente, casi desesperado, por la radio. “Manden unidades de apoyo, manden Policía Nacional”.

Desde la Colmena Alta, el bombero Jaime Devis ya podía divisar el hongo de humo mientras el camión de bomberos intentaba dar la vuelta apresurado en una calle sin salida. La preocupación de no llegar a tiempo hizo que el equipo de Benalcázar pida apoyo a la estación de bomberos número 4, ubicada en la Ferroviaria Baja, también en el sur de Quito; pero no hubo suerte.

Sus compañeros estaban trabajando dentro del programa Mi hogar seguro y cumplían con visitas de prevención a vecinos del sector. El auto bomba Bravo 7, piloteado por René Bórquez ‘El Maestro’, bajó a toda velocidad para tomar la avenida Mariscal Sucre y llegar a la emergencia que el ECU-911 reportó había ocurrido en una gasolinera de El Calzado.

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En la foto: El autotanque Tango 7. 6 000 galones de agua fueron utilizados por los bomberos de la estación de la ciudadela Atahualpa durante la emergencia.

 

Al llegar a la Atahualpa, Benalcázar, corpulento y de baja estatura, recuerda que ingresó a la bodega que está en el fondo de la estación para empezar a combatir las llamas. En ese momento pensó en su esposa y en su bebé, que está por venir. Fue como “un momento de paz antes de la guerra”. En el suelo había un filtro de diesel y por la puerta del lugar salían llamas. Detrás de él estaba el cabo Roberto Chiguano, bombero con 12 años de experiencia, que entró a la batalla luego de ver que los heridos estaban siendo atendidos por las ambulancias.

Un día después del incendio ellos estaban nuevamente en su cuartel. De hecho desde la estación de Bomberos se ve un poco de la estructura quemada y después de la emergencia los bomberos hacían rondas preventivas por la gasolinería. El objetivo era evitar nuevos accidentes y sacar a los curiosos.

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En la foto: La gasolinera, donde se produjo las explosiones, estuvo custodiada por el equipo de bomberos durante las tareas de limpieza.
El turno de los bomberos dura 24 horas y mientras recordaban su batalla con el fuego no se los veía cansados. Liliana Chicaiza y Paúl Aguirre, ambos de 23 años y los bomberos más jóvenes de la estación, enfrentaron por primera vez un incendio de esta magnitud. Se recuerdan nerviosos, pero conocían el procedimiento. Lo primero: se pusieron enseguida bajo el mando de sus superiores.

Aguirre, que dejó su trabajo en una tienda de deportes de aventura para enrolarse en la escuela de bomberos, se quedó cerca de los surtidores de gasolina con una manguera en sus manos. Chicaiza, en cambio, daba apoyo dentro de la bodega incendiada.

Una vez que controlaron las llamas, el suboficial Devis, de 54 años, entró “donde las papas queman”; al piso inferior donde se encontraba almacenado el combustible, junto con un compañero. “Me tocó jugarme la vida. Se me vino de primera mi casa, mis hijos. ¿Será que hasta aquí llegó todo?”, pensó en ese momento. “Una chispa y de nosotros no quedaba nada, ni una partícula”.

Una vez controlada la situación se acordonó el lugar con la ayuda de los aspirantes a bomberos que se encontraban en la escuela contigua a la estación número 7. Curiosos no faltaron; hubo incluso un ‘borrachito’ que intentó entrar al lugar a filmar, cuenta Benalcázar, hasta que fue espantado por el sonido del techo derrocado por el personal de emergencia.

A las 22:15, luego de cinco horas de trabajo intenso, el grupo de bomberos finalmente regresó al cuartel, hambriento. El personal del Plan Lluvias, que se encontraba en el lugar, preparó carne frita, arroz, huevo y ensalada para alimentar a los uniformados que estaban de turno desde las 08:00. Enseguida de la merienda, el equipo limpió todos los materiales y dejó cada herramienta operativa en caso un imprevisto los sorprenda nuevamente. Cerca de la medianoche todos se fueron a descansar.

El sentido común haría pensar que los bomberos cruzaron la calle para apagar las llamas, pero Benalcázar y su equipo estaban lejos. El miércoles, ya más calmados, evaluaban su jornada entre risas. Ironicamente, pese a la distancia a la que se encontraban, fueron los primeros en prestar auxilio en la estación de servicio.