Miembro de un cuerpo élite de rescate de la Defensa Civil, Marcos Méndez no puede disfrutar de los días feriados. Dice que nada lo hace más feliz que ayudar a la ciudadanía Marcos Méndez decidió ser voluntario de la Defensa Civil hace 11 años. Desde entonces no sabe lo que es disfrutar de unas vacaciones, pero se siente feliz. Gabriela Read SANTO DOMINGO.- De continuo se afirma que la felicidad son pequeños instantes que se producen a lo largo de toda la vida. Marcos Méndez ha probado su dulce sabor en más de una ocasión desde que, hace ya 11 años, decidiera hacerse voluntario de la Defensa Civil. Así descubrió el truco para que la felicidad le habitara todo el tiempo: se trata de entregarse a los demás. “Hace seis años que no paso las festividades con mi familia”, dice, poco antes de que un montón de esos instantes se agolpen en su mente, así de pronto, cuando se le pregunta por su trabajo. Y como una sucesión de imágenes dentro de una película, hace mención de ellas a medida que las recuerda: aquella señora que se aferraba a su perro, otra que no quería dejar sus fotografías, la niña con discapacidad que salvó poco antes de que el río arrasara su casa, aquel accidente durante una Semana Santa, en que otra niña se vio involucrada, y él sólo pensaba en su sobrina favorita… en esos momentos cruciales les pide a todos: “confíen en mí”, y se esfuerza en que las cosas salgan lo mejor posible, porque entiende que es un deber para el cual fue escogido por Dios. Joven y fornido, Marcos, de 26 años, asegura no tenerle miedo a nada. “El peligro para nosotros (el cuerpo de voluntarios) es el día a día, como comer o bañarnos”. No tiene esposa ni hijos. Y aunque su madre no siempre comprende la vocación de entrega del menor de sus siete hijos, él lo explica con pocas palabras: “Prefiero dedicar más tiempo a la sociedad que a mí mismo”. Pertenece a un cuerpo élite de rescatistas, la Unidad de Respuesta Nacional Inmediata de la Defensa Civil. Lo de élite no sólo le viene por la preparación con que cuentan, sino también por la pasión y entrega con que realiza sus misiones. Marcos narra el origen de decisión: “Durante un campamento, a un amigo le pasó algo… Me sentí más que vulnerable al ver que de haber tenido algo de conocimiento, él habría sufrido menos. Quizás si yo hubiera tenido el conocimiento que tengo ahora, habría sido muy diferente… Decidí que sin importar todo lo que tuviera que dejar atrás, empezaría una nueva vida con una visión: ayudar a los que más lo necesitan, sin importar que mi vida estuviera en peligro”. ¿Cómo se siente esa felicidad que se mide en riesgos y peligros? Como un renacer, responde. Su descripción no está alejada de la realidad. En más de una ocasión ha estado a punto de perder la vida. El pasado 31 de diciembre, por no ir más lejos, según cuenta, intentaba sofocar un incendio provocado por fuegos artificiales en la fiesta de fin de año que se hace en el Malecón, cuando de pronto quedó atrapado entre las llamas. “Pienso que esa noche nací de nuevo. El impacto fue tan fuerte que me nubló la mente por un tiempo. Cuando llegaron los bomberos el incendio ya había sido sofocado por mis compañeros. En ese momento me pasaron muchas cosas por la cabeza. Solamente dije: Gracias Señor, porque sé que voy a morir en una buena obra”, recuerda. “Me pasaron muchas cosas por la mente, cómo uno arriesga la vida día a día por personas que simplemente disfrutan bailando y bebiendo, y uno lejos de su familia. Esas cosas nadie las agradece, pero no importa, porque uno se siente más que satisfecho”, añade. Y es que Marcos descubrió que entregar sus días de asueto a la ciudadanía es también una forma de disfrute. En efecto, más allá de la satisfacción de la que habla, se encontró con la felicidad. A veces viene mojada en lágrimas, lo reconoce. Pues cuando ve el sentimiento reflejado en la cara de aquellos a quienes rescató o puso fuera de peligro, le da con llorar de emoción. “Muchos dicen que somos locos, porque entramos donde nadie quiere entrar. Cuando otros dicen ‘no se puede’, nosotros decimos ‘sí, podemos’, porque nos hemos propuesto una meta: que para nosotros nada es imposible siempre que haya vidas en peligro”, afirma. “Siempre le pido a Dios que, si un día, en una de nuestras misiones tengo que morir, tener la satisfacción de que lo hice salvando a una persona. Aunque siempre tomamos medidas de seguridad, no estamos exentos de caer un día”, reflexiona por último. ESTUDIANTE DE EDUCACIÓN Marcos Méndez es estudiante de sexto semestre de Educación. No es que piense dejar de ser rescatista algún día, sino que comprendió que podía enseñar a las personas aquellos asuntos básicos que le ayudaran con su seguridad personal, sobre todo en asuntos de desastres naturales, a través de la pedagogía. Méndez fue entrenado por organismos internacionales y ha realizado varios diplomados en gestión de desastre, ayuda post-desastre, emergencia ante fenómenos hidro-meteorológicos, entre otros. Es instructor del cuerpo élite de rescate de la Defensa Civil.
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